El voto de opinión
El próximo 13 de marzo serán las elecciones legislativas,
que en mi modesta opinión considero las más importantes del proceso electoral.
Luego para el 29 de mayo se realizará la primera vuelta de elecciones presidenciales.
En virtud de lo anterior, por estos días el país se mueve en función de las
campañas electorales, donde todas las regiones y sub regiones son “acogidas y
visitadas” por los diferentes partidos políticos y sus respectivos candidatos.
Como resultado de esto y especialmente en las sub regiones, aparecen quienes se
creen amos, dueños y señores de las conciencias y las decisiones individuales
de los ciudadanos, reclamando para sí mismos lealtad electoral. Pero siguiendo
la línea de pensamiento del filósofo Jürgen Habermas, el cual asegura que los
ciudadanos ya no deben ser solamente espectadores que contemplan lo que hacen
los políticos, en el hecho de que, su nivel de participación política se limita
solo a votar cada cierto tiempo en función de los intereses individuales de los
políticos. En ese sentido, muchos políticos creen tener el voto “amarrado” de
sus ciudadanos, por ciertos actos particulares de ellos. Dicho de otra manera,
aquel que reclama para sí mismo lealtad electoral, no está interesado en lo
absoluto en conocer la opinión pública de los votantes porque considera que le
deben lealtad a él y no a los ideales.
¿y porque es importante la opinión pública? Es importante en
el sentido de que esa voz es difundida entre muchos y también afecta a objetos
y materias de naturaleza pública como el interés general, el bien común y la
esencia de lo público.
Retomando nuevamente a Habermas, él sostiene que lo público
es una encarnación del discurso razonado de la conversación y del debate
activo. Entendiendo que los procesos electorales son de naturaleza pública, de
aquí surgen los siguientes interrogantes. ¿Cómo se espera lealtad electoral
cuando ya no hay conversación directa con sus ciudadanos? ¿Cómo se espera tener
una opinión pública aceptable y favorable cuando ya no se da un debate activo? Quien
reclama para sí mismo lealtad en nombre de una consigna, no pide nada más que
culto a la personalidad de su nombre.
“Todo
voto lo que expresa es una opinión. Sin embargo, la realidad de nuestra cultura
política hace necesaria la expresión porque lamentablemente el voto muchas
veces no expresa propiamente una opinión, sino más bien una necesidad, un
interés o incluso una ambición personal”.
En ese
contexto, Antonio Barreto Rozo nos explica la idea que evoca la noción del voto
de opinión y el voto amarrado. Entendiendo por el primero aquel donde el
ciudadano, sin ataduras o prebendas clientelistas o proselitistas de tipo
alguno, expresa su convicción personal genuina en las urnas. También se asocia con
el llamado voto independiente, mediante el cual el ciudadano respalda la
opinión de su voto en una valoración elaborada del candidato teniendo en cuenta
aspectos como su plataforma política, compromisos morales y políticos básicos,
simpatías partidistas, desempeño de cargos anteriores como servidor público,
entre otros.
En este sentido, el “voto de opinión” también mantiene nexos
con el llamado “voto temático”, en el cual el individuo es capaz de orientar su
voto “por aquella opción política que presente las propuestas o la plataforma
política que resulte más cercana a su posición personal.”
Mientras que el voto amarrado consiste en un voto de algún
modo pactado y condicionado para obtener favores o ventajas derivadas de la
manipulación del mismo. En ese sentido, podemos decir que aquel que reclama
lealtad electoral para sí mismo, busca por medio del voto amarrado manipular la
conciencia y las decisiones individuales de los ciudadanos. Que en muchos casos
con proselitismo político.
Para concluir, se puede afirmar que mientras un ciudadano
siga teniendo la capacidad de razonar, podrá libremente decidir, si en virtud
de sus convicciones le es fiel al culto de la personalidad de un hombre o, por
el contrario, le es fiel a un ideal, a un modelo o a un arquetipo político que
esté en función del beneficio de los habitantes del territorio.
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